miércoles, 14 de abril de 2010

EL ANILLO



Esa tarde Lucía tomó las llaves para ir al cumpleaños de su hermana. Antes de salir se encontró mirándose en el espejo. Se preguntó si la imagen que veía reflejada era ella: ojos sin brillo, piel reseca y dos arrugas profundas en el entrecejo. Con cuarenta años y éste aspecto, no es raro que esté sola (pensó), sola…sin un hombre.

Durante la reunión su hermana le presentó a Ernesto. Ernesto…un hombre quince años mayor que ella, que no sabía decir más que cuatro palabras juntas. Lucía sintió que no estaba en condiciones de ser pretenciosa y consintió salir con él al día siguiente. Lo hizo con el mismo desgano con el que poco después aceptó la propuesta de casamiento. Luego de un noviazgo corto se casaron. Dijeron el consabido: hasta que la muerte nos separe. Intercambiaron los anillos. No sabía por qué, pero Lucía se sintió una vaca vieja a la que estaban marcando a fuego. Se consoló pensando que ya no estaría sola. No se equivocó. Se instalaron en la casa de Ernesto. Lucía supo desde el primer día de casada tres cosas: que la madre de Ernesto había muerto hacía un año, que él podía decir más de cuatro palabras juntas (cuando hablaba de cuánto la extrañaba) y que ahora, en la casa vivían tres: Ernesto, la madre de Ernesto y ella.

Ernesto se marchó una semana por cuestiones de trabajo.Aprovechando la ausencia de su marido, Lucía se levantó tarde a prepararse el desayuno. Le dolía el dedo anular. Le costó encender la cocina. Cuando quiso tomar la manija del jarro con leche, el dolor se lo impidió. Miró su mano. El dedo estaba muy hinchado. Quiso sacarse el anillo y no pudo. Intentó ponerse jabón para deslizarlo hacia fuera y no pudo. El dedo se hinchaba cada vez más y se estaba poniendo negro. Del cajón de las herramientas tomo una pequeña cierra, para cortar el anillo. Lo único que consiguió fue lastimar el dedo. El anillo ya no se veía: se había escondido en la carne macilenta. El dedo se desgarró. Abrumada, solo atinó a tirarlo a la basura. Lívida alcanzó a sentarse en el sillón de la sala, donde colgaba el retrato de la madre de Ernesto. Cuando él volvió, su madre lucía un anillo de casamiento.

sábado, 3 de abril de 2010

SIETE DÍAS Y SIETE NOCHES


No me gustan los días:

Lunes, porque todos están apurados por salir de la casa, como si hubiera alerta de terremoto.
Martes, porque tengo dibujo con la señorita Carlota: a esa vieja gritona nunca le gustan mis dibujos. ¿Esperará que pinte como Picasso, el de los cuadros que vi en la tele? (me pregunto).
Miércoles, porque cuando hacemos gimnasia, mis compañeros me cargan porque me agito. ¿Y qué, si soy gordo? (me digo con rabia).
Jueves, porque mamá va a la sicóloga y, cuando vuelve, se va a dormir sin cocinar ni unas salchichas. Tampoco llama al delivery, como hace casi siempre. ¿Será que la sicóloga le cuenta historias tristes? (me pregunto).
Viernes, porque papá viene muy tarde y oigo a mamá gritarle: ¡sos un hijo de puta, y la mina con la que salís una perra! No la entiendo. A mí me prohibe decir palabrotas.
Sábados, porque mi amiga María se va a la quinta con sus padres y no tengo con quién jugar.
Domingos porque vienen los amigos de mis papás a comer asado. Las mujeres me besuquean, los hombres me palmean; después todos me ignoran. Es el día que más extraño a María.


Me gustan las noches:

De los lunes, porque nos vamos a acostar temprano, y tengo más tiempo para soñar despierto.
De los martes, porque sueño que al día siguiente tendré a la seño Silvia en la clase de dibujo: pintaré su retrato y me sonreirá con su boca y con sus ojos.
De los miércoles, porque sueño que mamá dejará de pedir comida al delivery, adelgazaré y seré el goleador en el partido de la clase de gimnasia.
De los jueves, porque sueño que a mamá la sicóloga le dará el alta y con la plata que le pagaba a ella se irá a la peluquería y papá llegará del trabajo y le dirá que está hecha una diosa.
De los viernes, porque sueño que papá y mamá vendrán temprano del trabajo y luego iremos a la pizzería de la esquina. Me dejarán comer “el permitido de la semana”, y hasta nos sacaremos una foto los tres, abrazados.
De los sábados, porque sueño que los papás de María se aburrirán de la quinta, la venderán y tendremos todo el día para jugar.
De los domingos, porque me acuerdo del sueño del sábado y vuelvo a soñar con María. Pero el sueño es distinto: no jugaremos, porque seremos grandes (aunque los grandes también juegan a las escondidas). Seremos novios y nos casaremos (si ella me promete que nunca tendremos hijos).

viernes, 2 de abril de 2010

UN SOBREVIVIENTE (?) ARGENTINO DE LA GUERRA DE MALVINAS


Marta decide tomarse dos días de descanso. Está frustrada por no haber conseguido el ascenso que esperaba. No hay justicia (se dice, aireada), no hay justicia. Por eso está allí, en el parque de Gualeguaychú. El río la mira. Las ramas de los sauces juegan a despeinarla. Está demasiado enojada para percibirlo. Un mosquito la pica. Molesta, sube a su auto y se dirige a la ciudad. Quiere doblar en una esquina pero no puede. Atravesado en la calle, un hombre relativamente joven, le cierra el paso: grita palabras ininteligibles y da puñetazos al aire. Este tipo está borracho, drogado o las dos cosas (piensa). Resuelta a no hacerse cargo de problemas ajenos, retrocede y sigue por la calle en que venía, rumbo al hotel.
Después de cenar, va al casino. Ganar me levantaría el ánimo (se dice). Estaciona el auto en el cordón de enfrente, paralelo al malecón. Un vigilante la observa con detenimiento. Su trabajo consiste en evitar que los clientes tengan problemas. Marta cruza la calle. Está por entrar al casino cuando escucha gritos. Se sorprende: al lado de su auto está el mismo hombre que vió al mediodía, dentro de un círculo que forma la luz de neón. El desconocido, por momentos insulta y amenaza a alguien que no está (o sí ) ; en otros se arrodilla, llora y bendice a gente que no está ( o sí ). El vigilante la tranquiliza. No se preocupe, es inofensivo (le dice y continúa), no le hace daño a nadie y tampoco a los autos, si es eso lo que la preocupa. Es Jesús, un ex soldado de Malvinas; la guerra lo dejó así.
En la casa de Jesús, María y José están preocupados porque su hijo no llega. Es que siempre viene a cenar y dormir temprano. Un plato de comida no le alcanza, siempre pide más, hasta llegar al hartazgo y recién entonces se va a acostar. Se coloca en posición fetal y se tapa hasta la cabeza. A veces lo escuchan llorar. Pasada la medianoche deciden ir a buscarlo al malecón, donde está siempre por las tardes, con la mirada perdida en el agua del rio. El casino y sus alrededores, por las noches, se convierten en el lugar más iluminado de la ciudad. Hoy Jesús ha perdido la noción del tiempo, pero de pronto se ha dado cuenta que ha caído la noche. Le aterra la oscuridad, por eso se ha quedado frente al casino. Los padres lo encuentran. Se niega a irse, como si no los reconociera. Marta observa la escena durante media hora. Por fin María y José lo convencen. Se pierden, abrazados, en las sombras de la noche. Jesús en el medio, con su cruz a cuestas. La Dolorosa llora.