sábado, 8 de octubre de 2011

SE BUSCA PADRE...

El teatro está colmado. Las luces apuntan hacia los brillos de las joyas de las mujeres. El telón todavía no ha sido levantado. Un hombre aparece caminando por el borde del escenario cuidando de no caerse. La sorpresa de los espectadores hace que callen los murmullos. El hombre carraspea,y luego comienza a hablar. - Estoy aquí mirándolos, y ustedes a mí. Ya se habrán dado cuenta que no soy uno de los actores de la obra que han venido a ver. No se impacienten. Tuve que convencer al dueño del teatro para que accediera a darme unos minutos y pedirles a ustedes un favor. Necesito saber, si el que busco está aquí: mi padre. Mamá me decía que él iba todos los sábados al teatro, que ella también hubiera querido hacerlo, pero que una lavandera no podía darse esos lujos; él sí. Pensá que era el hijo del gobernador de la provincia (lo justificaba con ternura). Les daré datos de su fisonomía, que he recogido por ahí. Siempre viste de traje y corbata, zapatos bien lustrados y peinado “a la gomina”. Tiene un gesto adusto, como de alguien enojado con la vida, pero sus ojos…sus ojos denotan una dulzura triste. Observen a los que tienen a su lado antes que se apaguen las luces. Si lo reconocen, les ruego me lo digan. Necesito hacerle preguntas y obtener respuestas para comprender. Disculpen el tono de mi voz y mis lágrimas. Algunos de ustedes estarán pensando: ¿y a mí que me importa lo que está diciendo?,no es mi problema. Están en un error ¿qué es sino el teatro?: el reflejo de la vida. Perdón, tengo que dejarlos. Llegaron a buscarme esos dos hombres de blanco que son los que me cuidan. Si ven a mi padre ya saben dónde encontrarme. Gracias.

El hombre hace una reverencia y se retira.

jueves, 29 de septiembre de 2011

ATRAPADO

Hastío. Hastío que fue creciendo a través de los quince años que trabajo en la misma empresa, en la misma oficina cuadrada, en el mismo escritorio y sentado en la misma silla. La silla que tiene grabada sobre el cuero las formas de mis nalgas. Realizo mi tarea sin levantar la vista para no ver el retrato colgado frente a mí y que dice al pié: “A nuestro ilustre fundador”. Lo hago desde que comencé a ¿imaginar?, que el “ilustre” se reía de mí. Levanto, esta vez,la vista. Hoy no tendría que haber venido; mañana presentaré mi renuncia (digo en voz alta) El hombre del retrato me mira ahora con odio. Me levanto y lo enfrento desafiante. Comienzo a sentir fiebre. Una transpiración helada moja mi camisa. Las formas de los objetos se van desdibujando. Alucinado, veo que la pared frontal de la oficina y la que tengo a mis espaldas, comienzan silenciosamente, a deslizarse hacia mí. Intento huir, pero el pánico ha paralizado mi cuerpo. Las paredes siguen avanzando. Me aplastan. Escucho el crujir de mis huesos. Quiero gritar y no puedo. Solo soy una lámina entre dos paredes, ahora convertidas en una. Mi oficina es ahora un espacio vacío; el hombre que se ocupa de la limpieza, viéndolo, coloca dos macetones con plantas artificiales.

Pasan las horas, pasan los días, pasan los meses… Nadie nota la ausencia del oficinista.