Hastío. Hastío que fue creciendo a través de los quince años que trabajo en la misma empresa, en la misma oficina cuadrada, en el mismo escritorio y sentado en la misma silla. La silla que tiene grabada sobre el cuero las formas de mis nalgas. Realizo mi tarea sin levantar la vista para no ver el retrato colgado frente a mí y que dice al pié: “A nuestro ilustre fundador”. Lo hago desde que comencé a ¿imaginar?, que el “ilustre” se reía de mí. Levanto, esta vez,la vista. Hoy no tendría que haber venido; mañana presentaré mi renuncia (digo en voz alta) El hombre del retrato me mira ahora con odio. Me levanto y lo enfrento desafiante. Comienzo a sentir fiebre. Una transpiración helada moja mi camisa. Las formas de los objetos se van desdibujando. Alucinado, veo que la pared frontal de la oficina y la que tengo a mis espaldas, comienzan silenciosamente, a deslizarse hacia mí. Intento huir, pero el pánico ha paralizado mi cuerpo. Las paredes siguen avanzando. Me aplastan. Escucho el crujir de mis huesos. Quiero gritar y no puedo. Solo soy una lámina entre dos paredes, ahora convertidas en una. Mi oficina es ahora un espacio vacío; el hombre que se ocupa de la limpieza, viéndolo, coloca dos macetones con plantas artificiales.
Pasan las horas, pasan los días, pasan los meses… Nadie nota la ausencia del oficinista.
jueves, 29 de septiembre de 2011
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Paranoia pura. ¡¡UFFF!! Lo sentí en mi piel.
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Irene, ¡volviste!
ResponderEliminar¡Excelente regreso! Quién no se ha sentido así alguna vez...
Un beso grande
Szarlotka
Leerte me sacó del hastío.
ResponderEliminarGracias!
GRACIAS A LOS TRES! Hace tiempo que no escribía: mi salud anda un poco caprichosa.
ResponderEliminarBesos