Yo creo que el
abuelo estaba triste. Se apretaba el pecho y cerraba los ojos (como mi mamá
cuando se acuerda de la abuela y llora).Lo metieron en una ambulancia y se lo
llevaron no sé adonde. No sé, porque cuando hablan los mayores a mí me mandan a
jugar con el Chino (el Chino es más grande y es mi amigo). Me defiende siempre
del Cabezón cuando me quiere pegar. Mi mamá vino y me dijo que el abuelo está
muerto. Yo no sé qué es eso de estar muerto. No sé. Pero me acuerdo que el
abuelo empezó a estar triste cuando de su casa lo trajeron a mi casa. Yo soy
chico pero sé. El abuelo en su casa tenía tres gallinas, tomates, lechuga, una
bici y un perro que se llama Pulki. Las gallinas, los tomates y la lechuga las
comimos un día que vinieron todos (el abuelo nó, él no comió).La bici no la
trajeron porque la tía Julia dijo que el abuelo ya estaba muy grande para esas
pendejadas de andar solo por ahí (yo no la quiero más a la tía Julia). Al Pulki se lo llevaron a un lugar donde
dicen que cuidan perros, porque en mi casa no entra (a mí me parece que al
Pulky no le va a gustar, porque al abuelo tampoco le gusta estar en mi casa) El
Pulki es grande como un caballo (pero de los chicos, como el que está en la
plaza). Al de la plaza una vez le sacaron una foto y yo estaba arriba. Ayer le
pregunté al Chino que es eso de estar muerto (porque él es más grande y sabe de
todo) Me dijo que no sabía pero que su papá también está muerto y él no lo ve
más. Anoche mi mamá y mi papá no vinieron a dormir. A mí me mandaron a la casa del chino (porque el Chino es mi
amigo más amigo). A la mañana cuando mi mamá me vino a buscar tenía los ojos
rojos .Me dijo que abuelo está muerto pero que yo no tenía que estar triste,
porque se fue con la abuela. Entonces estar muerto no debe ser tan feo. No sé.
miércoles, 23 de enero de 2013
sábado, 19 de enero de 2013
DORIS Y YO
Encendí un cigarrillo y la escuché:
-Ayer a la mañana me sentí mal. Fui al hospital. Tenía el nivel de glucosa altísimo. Me tuvieron en una camilla como dos horas en
observación. Cuando me recuperé me mandaron a casa -con una sonrisa picarezca
agregó - No le conté al médico que el día anterior me había comido un choripán.
Siguió, durante unos minutos, explayándose
en detalles.
Encendí otro cigarrillo y aspiré largamente.
Alargué mi mano libre y acaricié una de las suyas. ¿Qué decirle? Cada uno,
responsablemente o no, elige su destino.
miércoles, 9 de enero de 2013
EL INCENDIO
-No podemos seguir así. ¿No te parece? No me
hablás. Te la pasás escuchando música con los auriculares puestos o encerrado
con tu computadora.
Si
Elisa hubiera sabido que la respuesta de
Goyo iba a ser tan abrumadora, nunca le hubiera hecho esa pregunta; o sí.
-Está bien. ¿Querés
que hablemos? Hablamos.
Dijo Goyo,
sentándose en una de las sillas de madera, frente a ella, con una mirada turbia,
desconocida, y continuó.
-Hace tiempo que
no me importás. ¿O no te diste cuenta? Sólo te
preocupa mantener en orden la casa. Así te fuiste convirtiendo en lo que
sos. ¿No te miraste en el espejo? Si tenemos relaciones, es solo porque me
buscás de noche, en esa cama que detesto. Para salir, te miento que voy a
cursos inexistentes. Hace sietes meses que tengo relaciones con otra mujer.
-¿Cómo?- alcanzó a decir
Elisa, azorada- ¿Y entonces…?
Vertiginosamente un negro remolino la arrastró hacia el fondo del
abismo. Sintió pánico. Escuchó la voz de su madre tomándola de un brazo,
salvándola y diciéndole- ¡Cuidado nena! ¿No ves el pozo que han cavado esos
hombres en la vereda?
Pero su madre ahora no estaba.
-Uno de los dos se
tiene que ir de ésta casa- Contestó él
Mi casa. Mi hogar- pensó Elisa; pero no lo
dijo- Fueron cayendo sus recuerdos en efecto dominó: mis hijos acariciados con mis manos los árboles del
jardín plantados con mis manos el
mantel sobre la mesa tendido por mis manos
las buenas y malas noticias recibidas
por un teléfono sostenido por mis manos…
Mis manos. Mi casa. Mi hogar.
-¿Quién?-
balbuceó Elisa en vos baja, sintiéndose culpable de algo que no entendía.
-Vos- dijo Goyo
mirándola con ojos de gato que ya atrapó a su presa- Me voy a dar una vuelta por ahí.
Elisa sintió la
garganta seca. Se levantó a tientas, tumbó su silla y se clavó una astilla en
la pierna. No sintió dolor .Fue la sangre que fluía la que se lo advirtió.
Trajo un trozo de algodón, abrió un frasco de alcohol y se sentó en la misma
silla que había usado Goyo. Humedeció el
algodón para limpiarse la herida. Prendió un cigarrillo, le dió dos pitadas y
lo dejó. Éste equivocando su destino encendió el algodón. Trató de enmendar el
error con brusquedad; su brazo derramó el alcohol, que primero embebió
el algodón y comenzó a deslizarse sobre la mesa, después sobre su falda
y siguió por su pierna.
Una llama azul recorrió el camino del
alcohol. Las lenguas de fuego lamieron la casa con fruición. Y el cuerpo de
Elisa no estaba en otra parte.
Las cosas no suceden por que sí. Goyo había
ganado.
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