-No podemos seguir así. ¿No te parece? No me
hablás. Te la pasás escuchando música con los auriculares puestos o encerrado
con tu computadora.
Si
Elisa hubiera sabido que la respuesta de
Goyo iba a ser tan abrumadora, nunca le hubiera hecho esa pregunta; o sí.
-Está bien. ¿Querés
que hablemos? Hablamos.
Dijo Goyo,
sentándose en una de las sillas de madera, frente a ella, con una mirada turbia,
desconocida, y continuó.
-Hace tiempo que
no me importás. ¿O no te diste cuenta? Sólo te
preocupa mantener en orden la casa. Así te fuiste convirtiendo en lo que
sos. ¿No te miraste en el espejo? Si tenemos relaciones, es solo porque me
buscás de noche, en esa cama que detesto. Para salir, te miento que voy a
cursos inexistentes. Hace sietes meses que tengo relaciones con otra mujer.
-¿Cómo?- alcanzó a decir
Elisa, azorada- ¿Y entonces…?
Vertiginosamente un negro remolino la arrastró hacia el fondo del
abismo. Sintió pánico. Escuchó la voz de su madre tomándola de un brazo,
salvándola y diciéndole- ¡Cuidado nena! ¿No ves el pozo que han cavado esos
hombres en la vereda?
Pero su madre ahora no estaba.
-Uno de los dos se
tiene que ir de ésta casa- Contestó él
Mi casa. Mi hogar- pensó Elisa; pero no lo
dijo- Fueron cayendo sus recuerdos en efecto dominó: mis hijos acariciados con mis manos los árboles del
jardín plantados con mis manos el
mantel sobre la mesa tendido por mis manos
las buenas y malas noticias recibidas
por un teléfono sostenido por mis manos…
Mis manos. Mi casa. Mi hogar.
-¿Quién?-
balbuceó Elisa en vos baja, sintiéndose culpable de algo que no entendía.
-Vos- dijo Goyo
mirándola con ojos de gato que ya atrapó a su presa- Me voy a dar una vuelta por ahí.
Elisa sintió la
garganta seca. Se levantó a tientas, tumbó su silla y se clavó una astilla en
la pierna. No sintió dolor .Fue la sangre que fluía la que se lo advirtió.
Trajo un trozo de algodón, abrió un frasco de alcohol y se sentó en la misma
silla que había usado Goyo. Humedeció el
algodón para limpiarse la herida. Prendió un cigarrillo, le dió dos pitadas y
lo dejó. Éste equivocando su destino encendió el algodón. Trató de enmendar el
error con brusquedad; su brazo derramó el alcohol, que primero embebió
el algodón y comenzó a deslizarse sobre la mesa, después sobre su falda
y siguió por su pierna.
Una llama azul recorrió el camino del
alcohol. Las lenguas de fuego lamieron la casa con fruición. Y el cuerpo de
Elisa no estaba en otra parte.
Las cosas no suceden por que sí. Goyo había
ganado.
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