domingo, 25 de octubre de 2009

MARUMBA


Äfrica. Media mañana. Sol. A Marumba le gusta jugar mientras sus padres trabajan en la plantación de bananas. Compite con su sombra. Va rotando su cuerpo intentando que ésta lo acompañe. No lo consigue. Ella permanece en el mismo lugar. Al medio día deja de de hacerlo porque su sombra se va, él no sabe donde. Más tarde vuelve y el juego continúa.
Marumba ha enfermado. La fiebre de la malaria lo consume en su catre. Se siente muy decaído y no piensa en jugar. Han venido los trabajadores de la salud en la clínica móvil y lo han medicado. Pasan cuarenta y ocho horas.
El niño negro se siente ágil. No tiene ya dolores musculares, ni hambre, ni sed. Solo quiere jugar. ¿Dónde andará mi sombra?, se pregunta.
Africa. Media mañana. Sol. Todo tiene su reflejo; Marumba grita a su amigo Kunta: por qué no encuentro a mi sombra.
3 de junio : día de los mártires en UGANDA

miércoles, 21 de octubre de 2009

SE HACE CAMINO AL ANDAR


Fango todo fango negro pegajoso ellos yo con ellos
La muerte ríe
Pies descalzos, botas, zapatillas…
Frío, hambre y sed
Manos unidas, uñas clavadas, sangre
Avanzan sin noción de distancias ni de tiempo solo avanzan
No saben que están subiendo
Pupilas sin chispas, pestañas cargadas de salpicaduras de barro ven una luz arriba
y avanzan, como antes, como siempre y llegan
a la tibieza, a la mesa con mantel blanco, con platos para todos
Levantan las copas y brindan

lunes, 19 de octubre de 2009

EN NEGRO




Un cuarto y otra puerta; inviolable
Los sueños astillados de los locos
Botas que abren puertas a patadas: entran, buscan, encuentran y queman libros
miradas huidizas que dicen “y…por algo será”
Hombres de negro, con anteojos negros, con armas negras, con listas negras
Una madre, que parió sobre una sábana sucia, muerta
una mujer con las mamas secas mece a un niño robado
Un trofeo negro de mundial de futbol
banderas. Miles de banderas. Unas flameando victoriosas; otras cubriendo féretros
Pares de huecos oscuros pidiendo justicia
pañuelos blancos mojados de lágrimas
Y el sueño, siempre el sueño...

SANGRE

foto: J.T.

¿Dónde hay un mango, viejo Gómez? ¡Se lo han limpiao con piedra pómez!

Ivo Pelay (argentino)

-Mi abuela me lo contó (y no era de las abuelas que cuentan historias de mentiritas): quedó viuda y con hijos, en una época muy fulera (para los pobres, me aclaró). Lavaba ropa para “afuera”. Ganaba un peso por día. Un día encorvada sobre una pileta grande, llena de agua bombeada por ella, una tabla de madera para fregar y un pan de jabón. Fregaba, fregaba y seguía fregando. Vaciaba la pileta, volvía a bombear hasta llenarla y enjuagaba la ropa. La volvía a enjuagar por segunda vez y la colgaba en la soga del patio, rogándole a tatita dios que no lloviera. Había cosas que no le gustaba lavar: las toallitas higiénicas (las que no se lavan, se tiran después de usadas, no existían todavía). Lavaba las verdaderas, las de tela, esas que no tenía para usar (cualquier trapo tenía que venirle bien), las que usaban las niñas de sociedad cuando menstruaban. Esas, empapadas de sangre ajena, eran las que lavaba mi abuela. Las tenía que entregar bien blanquitas. Lo que no me dijo es si ya se usaba lavandina.

jueves, 8 de octubre de 2009

TODO EN UN INSTANTE


El ¡Hola má…! de mi hijo, me distrajo. Su voz sonó más dulce que de costumbre. Debe ser porque hace tiempo que no viene por casa, pensé. Dejé de mirar la pantalla de la computadora. Me saqué los anteojos. Di vuelta la silla, hacia él, para saludarlo. El movimiento me provocó un fuerte dolor en las rodillas. Maldecí por dentro, como siempre, la humedad de Buenos Aires. Escuché un portazo que me sonó a marido; a marido furioso. Uno de estos días, me dije, esa puerta se va a caer. Me fastidió que la abuela levantara, bajara, volviera a levantar, a bajar el volumen de la radio, en la que sonaba “Cambalache”. La oí llorar. No me preocupé. Ese tango siempre la hacía llorar. Los chicos decían que era porque le hacía recordar al abuelo (No sé. Yo lo canto cuando estoy con bronca; no porque me haga recordar a papá) Olí a carne quemada. Estuve a punto de levantarme para ir a apagar el horno; pero no. Si Mario comía carne quemada, que se jodiera (por el portazo, me dije) Me quemé un dedo con el cigarrillo. Con una curita evitaría que todos empezaran con el consabido: “tenés que dejar de fumar”. Sonó el teléfono. Nadie atendió. Alejandra casi nunca lo hacía, menos cuando estaba triste. Seguro estaba encerrada en su cuarto. A la abuela ya no se la escuchaba. Seguro que, cansada de tanto llorar, se había ido a recostar un rato.
Escuché el silencio. Miré a mi hijo. Lo volví a mirar. ¿Cuántas veces se puede mirar a un hijo en un instante? Todas.
Estaba maquillado. Todo su rostro maquillado: de rojo, de negro…Ahí, parado frente a mí, como esperando una respuesta a una pregunta que nunca me hizo. Flashes de imágenes de su niñez y adolescencia, se sucedieron en mi mente. Él, llorando porque su hermana no le presta la muñeca. Alejandra que se burla. Su padre insistiéndole que siga jugando al futbol en el club del barrio. Yo molesta porque nunca encuentro mi crema hidratante en su lugar. Sus largas conversaciones con su único amigo, en voz baja, en el porche, a la hora de la siesta. La abuela que rezonga porque su nieto pasa tanto tiempo en el baño, peinándose, frente al espejo. La tarde que nos dijo, a los dieciocho años, que se independizaba. Yo pensado cuánto lo voy a extrañar. Yo contenta leyendo un mensajito, donde me dice lo feliz que se siente.
Nuestros ojos hablaron. Me levanté. Nos abrazamos. Igual que aquella vez que, a pesar de haber estudiado tanto, lo reprobaron y su padre lo castigó prohibiéndole salir los fines de semana.