jueves, 7 de octubre de 2010

LA FIESTA

Por la mañana…

Les dije que me dolía el pecho. Solo eso. ¿Por qué armaron tanto alboroto, si hace tanto tiempo que me pasa esto? Escuché la sirena de la ambulancia que llegaba. Un médico con cara preocupada, me revisó de pies a cabeza. Tendremos que darle un calmante (les dijo), es lo único que puedo hacer; ya es tarde. ¡Claro que es tarde! (pensé). Teníamos que prepararnos para ir al cumpleaños de mi nieta Clarita. Solo quería que me dieran el calmante, para tranquilizarlos y me dejaran levantar. Me lo dieron; no uno sino tres.

Por la noche…

Por fin llegamos al lugar de la fiesta. Había numerosos autos estacionados, porque Clarita tiene muchos amigos. Yo bien maquillada, pero el encaje me raspaba el cuello. El salón no era muy grande y adornado con demasiadas flores. Me ubicaron en un buen lugar, resplandeciente de velas, desde donde podía observarlo todo. Estaban todos los parientes y algunos vecinos que pasaban a saludarme. Clarita y mi hija, de a ratos, me hacían compañía. No las veía contentas. Me acariciaban y se les caía alguna lágrima. Debe ser que la fiesta no está resultando como esperaban (pensé; pero no lo dije). Había gente que caminaba de aquí para allá, y otros se apoltronaban en mullidos sillones. Don camareras ofrecían café, algún canapé y alguna copita. A mí no, porque sabían que esa mañana no la había pasado bien. No se escuchaba música. La verdad es que me estaba aburriendo y ya comenzaba a molestarme el olor que desprendían las flores. Ya pasadas algunas horas, algunas mujeres luchaban con sus chales. Se ve que sentían frío. Yo no. Los calmantes me hicieron efecto. Ya no sentía ningún dolor. Decidí dormirme.