jueves, 8 de octubre de 2009

TODO EN UN INSTANTE


El ¡Hola má…! de mi hijo, me distrajo. Su voz sonó más dulce que de costumbre. Debe ser porque hace tiempo que no viene por casa, pensé. Dejé de mirar la pantalla de la computadora. Me saqué los anteojos. Di vuelta la silla, hacia él, para saludarlo. El movimiento me provocó un fuerte dolor en las rodillas. Maldecí por dentro, como siempre, la humedad de Buenos Aires. Escuché un portazo que me sonó a marido; a marido furioso. Uno de estos días, me dije, esa puerta se va a caer. Me fastidió que la abuela levantara, bajara, volviera a levantar, a bajar el volumen de la radio, en la que sonaba “Cambalache”. La oí llorar. No me preocupé. Ese tango siempre la hacía llorar. Los chicos decían que era porque le hacía recordar al abuelo (No sé. Yo lo canto cuando estoy con bronca; no porque me haga recordar a papá) Olí a carne quemada. Estuve a punto de levantarme para ir a apagar el horno; pero no. Si Mario comía carne quemada, que se jodiera (por el portazo, me dije) Me quemé un dedo con el cigarrillo. Con una curita evitaría que todos empezaran con el consabido: “tenés que dejar de fumar”. Sonó el teléfono. Nadie atendió. Alejandra casi nunca lo hacía, menos cuando estaba triste. Seguro estaba encerrada en su cuarto. A la abuela ya no se la escuchaba. Seguro que, cansada de tanto llorar, se había ido a recostar un rato.
Escuché el silencio. Miré a mi hijo. Lo volví a mirar. ¿Cuántas veces se puede mirar a un hijo en un instante? Todas.
Estaba maquillado. Todo su rostro maquillado: de rojo, de negro…Ahí, parado frente a mí, como esperando una respuesta a una pregunta que nunca me hizo. Flashes de imágenes de su niñez y adolescencia, se sucedieron en mi mente. Él, llorando porque su hermana no le presta la muñeca. Alejandra que se burla. Su padre insistiéndole que siga jugando al futbol en el club del barrio. Yo molesta porque nunca encuentro mi crema hidratante en su lugar. Sus largas conversaciones con su único amigo, en voz baja, en el porche, a la hora de la siesta. La abuela que rezonga porque su nieto pasa tanto tiempo en el baño, peinándose, frente al espejo. La tarde que nos dijo, a los dieciocho años, que se independizaba. Yo pensado cuánto lo voy a extrañar. Yo contenta leyendo un mensajito, donde me dice lo feliz que se siente.
Nuestros ojos hablaron. Me levanté. Nos abrazamos. Igual que aquella vez que, a pesar de haber estudiado tanto, lo reprobaron y su padre lo castigó prohibiéndole salir los fines de semana.


4 comentarios:

  1. Me gustan tanto los instantes: esos en los que se dice todo, en los que se mira todo, en los que se siente todo. Y las madres debemos ser así. Que lindo abrazo con ese hijo.

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  2. La experiencia de tener hijos (propios o del corazón) te hace crecer.
    Gracias por tu paso por aquí.

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  3. Es un texto maravilloso en que nos llevás a esa compresión profunda. A esa que está más allá de las palabras.

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  4. Las palabras son muy importantes para re lacionarnos.Pero digo:cuando no hay coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, mejor tirarlas a la basura.
    Besos

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