sábado, 21 de noviembre de 2009

HERIDAS QUE NO CIERRAN



La impotencia me acompaña. No tengo de la infancia, más que ésa sensación. Se pegó a mí, desde aquella vez que mis padres me golpearon, con saña, hasta dejarme tirada como animal herido. Me acusaron de una falta que yo no había cometido. Ese día aprendí que, sin razón alguna, alguien puede enojarse conmigo y atacarme.
Es por eso que me siento, siempre, de frente a la puerta de entrada, para vigilar al agresor, que sé, vendrá por mí. Si estoy de espaldas, comienzo a gemir lágrimas mudas, con las manos crispadas. A mis familiares y amigos se los he contado. Me ceden el asiento sin hacer ningún comentario.
He intentado huir, lejos. Pero cuando llego a puerto mi barco se ha fugado. Sé que él se ha quedado. No abandonará su presa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario