miércoles, 9 de enero de 2013

EL INCENDIO


 -No podemos seguir así. ¿No te parece? No me hablás. Te la pasás escuchando música con los auriculares puestos o encerrado con tu computadora.
   Si Elisa hubiera sabido que la respuesta de Goyo iba a ser tan abrumadora, nunca le hubiera hecho esa pregunta; o sí.
-Está bien. ¿Querés que hablemos? Hablamos.
Dijo Goyo, sentándose en una de las sillas de madera, frente a ella, con una mirada turbia, desconocida, y continuó.
-Hace tiempo que no me importás. ¿O no te diste cuenta? Sólo te  preocupa mantener en orden la casa. Así te fuiste convirtiendo en lo que sos. ¿No te miraste en el espejo? Si tenemos relaciones, es solo porque me buscás de noche, en esa cama que detesto. Para salir, te miento que voy a cursos inexistentes. Hace sietes meses que tengo relaciones con otra mujer.
-¿Cómo?- alcanzó a decir Elisa, azorada- ¿Y entonces…?                       
    Vertiginosamente un negro remolino la arrastró hacia el fondo del abismo. Sintió pánico. Escuchó la voz de su madre tomándola de un brazo, salvándola y diciéndole- ¡Cuidado nena! ¿No ves el pozo que han cavado esos hombres en la vereda?
Pero su madre ahora no estaba.
-Uno de los dos se tiene que ir de ésta casa- Contestó él
Mi casa. Mi hogar- pensó Elisa; pero no lo dijo- Fueron cayendo sus recuerdos en efecto dominó:       mis hijos acariciados con mis manos                               los árboles del jardín plantados con mis manos      el mantel sobre la mesa tendido por mis manos      las buenas y malas noticias recibidas por un teléfono sostenido por mis manos…
Mis manos. Mi casa. Mi hogar.       
-¿Quién?- balbuceó Elisa en vos baja, sintiéndose culpable de algo que no entendía.
-Vos- dijo Goyo mirándola con ojos de gato que ya atrapó a su presa-  Me voy a dar una vuelta por ahí.
Elisa sintió la garganta seca. Se levantó a tientas, tumbó su silla y se clavó una astilla en la pierna. No sintió dolor .Fue la sangre que fluía la que se lo advirtió. Trajo un trozo de algodón, abrió un frasco de alcohol y se sentó en la misma silla que había usado Goyo. Humedeció  el algodón para limpiarse la herida. Prendió un cigarrillo, le dió dos pitadas y lo dejó. Éste equivocando su destino  encendió el algodón. Trató de enmendar el error con  brusquedad; su brazo derramó el alcohol, que primero embebió el algodón y comenzó a deslizarse sobre la mesa, después sobre su falda y siguió por su pierna.
   Una llama azul recorrió el camino del alcohol. Las lenguas de fuego lamieron la casa con fruición. Y el cuerpo de Elisa no estaba en otra parte.
  Las cosas no suceden por que sí. Goyo había ganado.





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