jueves, 4 de junio de 2009

el, yo, EL o ELLA...



Ella entra decidida al bar. La mañana despierta pero no es el olor a café recién molido el que la atrae, por que las náuseas no la han dejado dormir. Está tan ansiosa que necesita hablar con alguien; con cualquiera.
Tiene que esperar a la tarde para darle la noticia a su marido. Ella ya la intuía; él no. ¿Qué cara pondrá cuando se entere?
Elige una mesa no individual, en el centro del local. Acude al mozo y le pide un té. Cambia de parecer, porque pueden más sus ganas de festejar, y le pide un gin tonic. Mientras le sirve el mozo, al que parece que los bigotes le impiden abrir la boca, no deja de observar a otro cliente: está solo. Tiene su mirada clavada en el diario. Mueve su silla para llamarle la atención. El, ni se inmuta. Saca el último cigarrillo que le queda del atado y lo enciende haciéndose trampas a sí misma, porque se ha prometido dejar de fumar. Abolla el paquete con nostalgia. Mira a otra clienta que entra.- ¡Bingo!, está sola- piensa. El local ya está lleno de gente y tiene la ilusión de que le pedirá compartir la mesa. Pero no, está acompañada por un celular que no deja de darle lata. Oye un tango, que viene de una radio de la cocina: “cuando estés en la vía, sin rumbo y desesperao…”. Hace una mueca de disgusto. Le fastidia no encontrar con quién hablar. Paga la consumición y le da al mozo una buena propina. Espera que, incentivado, le comente por lo menos como está el día; pero no.
Se dirige a la salida. Empuja lentamente la puerta vaivén. La luz del sol ha bajado lentamente desde las terrazas hasta las veredas. Se acaricia el vientre y con voz suave pregunta -¿conversamos?

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