viernes, 19 de junio de 2009

un HOMBRE como tantos...


Un hombre está sentado, con un diario en sus manos, en una sala de espera; desde temprano, cuando abrieron el gran portal del edificio. Refriega sus ojos para limpiarse lagañas. Acomoda las solapas de lo que lleva como abrigo. Alisa las arrugas múltiples de su pantalón. Botamangas ocultan su calzado. Es invierno. No tiene frío: transpira. Busca en sus bolsillos, amplios, un pañuelo de papel para secarse. Solo encuentra uno de tela. Siente su boca reseca. Busca, las pastillas para fumadores, que siempre lleva consigo y que le mejoran el aliento. No las encuentra. Pasa su lengua por dientes y labios. Hay un expendedor de bebidas, pero toma agua del bebedero. Han pasado tres horas. Le duelen los pies hinchados. Se levanta y comienza a caminar en círculo por la sala.
Entra una joven, lo observa con curiosidad y se sienta lejos. Él, la mira desafiante, dobla el diario y lo guarda en un bolsillo. Se vuelve a sentar. Se cruza de brazos. Por un instante, solo por un instante, lo vence el sueño y su cabeza cae sobre su pecho. Despierta estremecido y acomoda su cuerpo correctamente. Estira sus manos hacia la mesita de las revistas, toma una y la abre. Sus ojos se cierran y cae hacia delante.
La joven se sobresalta. Golpea la puerta que da a una oficina en busca de ayuda. Sale una secretaria. La joven le señala al hombre caído. La empleada llama al 911 y minutos después, entran un policía y un paramédico. Los dos preguntan, al unísono, qué hace un hombre en piyama allí. Las dos mujeres se miran desconcertadas. El policía, desconfiando, les toma los datos a las dos. Los hombres levantan al caído, lo ponen en una camilla y se lo llevan.
La secretaria pregunta a la joven a qué vino. – Por esto- contesta la joven, mostrándole un recorte de diario del rubro empleos.

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