miércoles, 13 de mayo de 2009


-Sr. Hernán Pedrozo: ¿Jura sobre estos Santos Evangelios, decir la verdad y nada más que la verdad?

-Sí, Su Señoría.

-¿Cómo se declara, culpable o inocente del asesinato de la señorita Maya Montenegro?.

- Inocente, Su Señoría.

_ Sr. Pedrozo, dado que ha decidido encargarse de su propia defensa, le ruego comience con su descargo.

-Bien. El día sábado 28 de febrero del 2009 estaba esperando el corte de semáforo en la intersección de las calles 18 de Diciembre y Mitre, en el partido de San Martin. Junto a mí se paró una señora muy mayor. Luego ustedes me dijeron que su nombre era Maya. ¡Ah, perdón! Debo decir que a ésa altura de los acontecimientos yo ya conocía a la señora, que desde ahora llamaré Maya.

- Joven: ¿La conocía? ¿Está dispuesto a sostenerlo, aunque eso lo perjudique?-Sí, Su Señoría. Continúo. Me bastaron pocos minutos para hacerlo. El tiempo que tardé en recorrer detrás de Maya media cuadra de la 18 de diciembre; para mí una eternidad. Su cuerpo, mango de paraguas de madera curva, le permitía ver solo lo que estaba a un metro y medio de altura del cascote en que vivimos. ¿Caras? Pocas. La chocaba cualquiera que, de apurado, no la viera o no quisiera verla. El tamborilleo en código morse de su bastón sobre las baldosas me sonó a conjuro. Pegó un saltito de pajarito aprendiendo a volar. Creo que tropezó . -¡Callo de mierda!- le oí decir. Se ve que le dolió. En fin. La cuestión es que caminó sigzagueando media cuadra y yo detrás. No encontraba manera de esquivarla. Al fin, paró. Se apoyó en la pared y tanteó la cartera que traía colgada en bandolera. Miró sigilosa para todos lados. Se la veía agitada. -¿A qué le tiene miedo?- me dije en voz alta – A su edad lo único que debe llevar consigo es algún documento y algunas moneditas- Aproveché para adelantármele. Cuando estaba en la esquina esperando el cambio de semáforo ¿A quién tengo a mi lado? A Maya. No podía haberme alcanzado tan rápido. Alzó sus ojos y me miró. ¿Pudo ver mi rostro? Me di cuenta de sus medias lágrimas y de su cansancio infinito e irremediable - ¿Me ayudás a cruzar al otro lado?- me dijo. No le contesté. La línea recta que separa el bien del mal se me convirtió en viborita. Todavía no nos daba paso el semáforo cuando la empujé debajo del colectivo. Se mezcló con el asfalto. Soy inocente, solo la ayudé a cruzar al otro lado.

2 comentarios:

  1. brillante, genial el juego de palabras que haces! me gustó mucho la verdad, me pareció algo muy profundo a la vez, como un análisis de la vida y la muerte, una visión diferente sobre eso, no?
    son curiosas las diferentes concepciones que tiene cada uno de la vida...

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  2. AGOS: El agua no corre dos veces por el mismo cauce;la Historia y las propias historias tampoco.Las concepciones sobre un mismo asunto cambian a medida que te vas haciendo mas preguntas.

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